28 de noviembre de 2009

La cafeina de nuestras historias.


Nos dimos las espaldas, el roce de tu espalda, hacia que la situación fuese cada vez más tensa, creo recordar, que esa noche no dormimos ninguno de los dos.

Las ojeras que se reflejaban en la mesa de la cocina y las palabras rotas que sangraban por nuestra garganta cada vez dolían más y poseían menos verdad.

Creo que ese fue el momento en el que decidí no auto engañarnos más:

-¿ Me odias?- te dije.
-Si – fue tu respuesta.



Nos quedamos mirándonos acompañados del sonido de la cafetera, nuestras caras no mostraban ningún síntoma de desagrado a las palabras que salieron de nuestras bocas. Apretaste las manos a la taza de café recien hecho, levantaste tu cabeza despeinada,L clavaste tu mirada de mar en mi y me dijiste:

-Es un tipo de odio que sólo puedo tener con tigo.
-¿Por qué?
-Es el odio de no ser capaz de decirte que te quiero.
-Me alegra saber, que yo también te odio, y que entre nosotros no existe la indiferencia.

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