
Cuando la incomodidad se aferra mis piernas hace que empiece a subir por el resto de mi cuerpo la nerviosidad que refleja mi mirada.
Me encanta captar el nerviosismo de los que me rodean sus sudores en una tarde de invierno congelante, me hacen creer en el optimismo que subyace en sus pensamientos, sus miradas se enturbian y se fijan en el mármol gris de la baldosa.
No hay conversaciones, sólo gestos corporales, uñas que no son suficientes, cigarrillos acumulados por las esquinas de la calle, dedos entrelazando el pelo.
El corazón se acelera al escuchar los pasos, nos hace un gesto con su mano, que deja en un segundo plano su mirada altiva y hostil, la seguimos por los pasillos, la claridad que entra por las ventanas es suficiente para mostrar que:
En el teatro de la vida, los actores, somos títeres de sus circunstancias